Historia de un Geólogo.

Nada hay peor para mi tendencia a escribir pavadas que la disposición de tiempo libre, y tal fue el caso en las pasadas fiestas, cuando me castigué con un par de días de descanso en una cabaña paradisíaca en Mina Clavero. Y allí, tirada junto a la pileta, disfrutando del dolce far niente, pergeñé esta más o menos ridícula biografía de un geólogo predestinado a serlo.

La comparto con ustedes, a falta de otro material, (y ganas de buscarlo 😀 )

Historia de un Geólogo

El Dr. Heliodoro Roca era un predestinado desde su nacimiento. Casi puede decirse que la Geología, más que rodearlo, lo acosaba.

Si bien su apellido era inevitable, el nombre de pila sólo puede haberle sido dictado a sus progenitores por los hados.

Nació Heliodoro un nueve de junio, en San Carlos Minas por puro accidente, ya que sus padres, cantantes folclóricos ambos, andaban de gira, presentando su primer CD, grabado con mucho esfuerzo, en el cual los temas más exitosos eran: «La chacarera de las piedras» de Yupanqui, y la «Zamba del Minero».

El conjunto al que pertenecían sus padres se llamaba Amalgama, y lo constituían: su madre, de nombre Ágata, su tía Norita, la abuela Celestina, y don Jacinto Roca, su padre.

Heliodoro aprendió a leer y escribir en la escuela Florentino Ameghino, y más tarde, el Secundario Charles Darwin, lo contó entre sus alumnos.

La casa paterna quedaba en la Avenida Mosconi, y cuando Heliodoro se enamoró por primera vez, lo hizo de una vecinita de la misma calle, llamada Jade.

Algunas intrusiones impidieron que el romance prosperara, y finalmente ambos fueron derivando hacia distintos rumbos.

Más adelante, se mudó al barrio una familia de apellido Cuesta, y Heliodoro se enamoró de la hija más pequeña, llamada Laurita.

Ambos sintieron una verdadera asimilación, y luego de una visita al Museo de Mineralogía, formalizaron su relación fundando una nueva familia, cuyo basamento siempre fue de raíces profundas.

Tuvieron cuatro hijos, y puede decirse que el matrimonio estaba tan consolidado, que las únicas discordancias surgieron al elegir los nombres de sus vástagos.

Laurita transigió con el altisonante Kimberley para la primogénita, y hasta se resignó a bautizar Albita a la segunda y Marga a la tercera, pero la propuesta de Xenolito como nombre para el hijo varón resultó excesiva, y Heliodoro debió aceptar en cambio el apelativo Germán, aunque siempre le llamaba Germanio en el ámbito familiar.

Heliodoro fue siempre un hombre cariñoso y un sólido padre, que hizo de su familia un núcleo envidiable.

Toda vez que tenía tiempo libre, la familia partía en campañas recreativas hacia lugares tan variados como circos glaciarios, parques termales, cavernas volcánicas, yacimientos fosilíferos, sitios arqueológicos o dunas costeras.

Lamentablemente, su vida fue relativamente corta, ya que fue sepultado por un alud, y sus restos, desparramados en un cono de derrubios, quedarán para siempre en él, a la espera de una futura litogénesis.

Bueno, es todo por hoy, nos vemos el lunes. Un abrazo, Graciela.

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