Una noche para recordar

Ya hace tiempo que vengo presentando las anécdotas de mi trabajo de campo que por la razón que fuera han quedado guardadas en el recuerdo. Hoy sigo, pues con una que figura en el top ten de los grandes momentos, del más puro placer.

Esto ocurrió en el Cerro Colorado, donde un par de geólogos y dos biólogos estábamos trabajando juntos en un relevamiento de suelos y flora locales.

Uno de esos días, el trabajo se hizo particularmente largo, y nos encontró la noche en alguno de los cerros que estábamos «calicateando». Lo cierto es que bajamos a tropezones en medio de una oscuridad sólo interrumpida por la aparición esporádica de la luna, entre las nubes que la ocultaban casi todo el tiempo. Como nunca fue nuestra intención bajar tan tarde, no llevábamos pilas de repuesto para las linternas, y veníamos además cargados de bolsas llenas de muestras, palas, barrenos, caja de reactivos, libretas, etc.

El descenso, sin manos libres, casi sin ver dónde pisábamos, y ya agotados después de un día de calor agobiante, principalmente por la humedad que reinaba, era toda una odisea.

Y entonces, de repente, llegamos al pie de la montaña, donde discurría el Arroyo Los Tártagos, por entre afloramientos graníticos, bastante extensos y relativamente planos, que eran toda una invitación.

Ninguno de los cuatro pronunció una sola palabra, pero como si lo hubiéramos concertado previamente, todos dejamos la carga sobre la roca, y nos extendimos boca arriba, cuan largos éramos, con brazos y piernas estirados, en el más necesario, puro y disfrutado descanso.

Y así sin hablar, con el único sonido del agua corriendo un par de metros más abajo, permanecimos alrededor de veinte minutos, llenos de paz, reparando las fuerzas, porque todavía quedaba un largo camino al campamento.

Todavía hoy, más de veinte años después, recuerdo esa quietud, esa sensación casi beatífica, y ese silencio de voces, pero tan poblado de los sonidos sedantes de la naturaleza.

Y también de un modo casi mágico, y sin hablarlo previamente, todos juntos nos levantamos, recogimos la carga y volvimos muy callados hasta el rancho que era nuestro alojamiento, como temerosos de arruinar el momento.

Sólo más tarde, mientras preparábamos la cena entre todos, hicimos referencia a esa sensación que habíamos compartido y a todos nos había renovado tanto.

Un momento tan especial como inolvidable.

Un abrazo y hasta el próximo lunes, con un post científico. Graciela.

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