Archivo de la categoría ‘Anécdotas Geológicas’

Otra anécdota risueña

Hace muchísimos años, cuando hacía mis primeras armas en la profesión, me incorporé al equipo de Geofísica que trabajaba por entonces en el Yacimiento Rodolfo, de Uranio, y era el Director del proyecto el Dr Timonieri, que ya no está, pero de quien guardo el mejor de los recuerdos. Como la zona de trabajo estaba en las afueras de la Ciudad de Cosquín y muchos trabajadores ocasionales se contrataban allí, el nombre de ese profesional era conocido en la zona.

Una tarde, cuando ya estábamos en la casa-campamento, preparándonos para volver a Córdoba, apareció un lugareño, que lo buscaba porque se sentía mal, y habiendo escuchado lo de Dr Timonieri, y algo relativo a las actividades que realizábamos, juntando ambas informaciones pidió hablar de urgencia con el «médico del Uranio».

Huelga decir que desde entonces dimos en llamarlo así: el médico del Uranio, mote que le duró muchísimo tiempo, por esas cosas que pasan en el campo.

Un abrazo y hasta el próximo lunes, con un post científico. Graciela.

¿Un peligro azaroso, o una imprudencia?

Si bien suelo reservar las anécdotas de mi vida profesional para comenzar de manera relajada los fines de semana, subiéndolas los viernes, esta vez hay un plus que se relaciona con tips para el campo y reflexiones al respecto, por eso la subo un lunes.

¿Dónde ocurrió esta anécdota?

Esto sucedió en el Cerro Colorado en el norte de la Provincia de Córdoba. Más específicamente en las cumbres graníticas que según se ve en la foto, están subyaciendo a las típicas areniscas en donde están los aleros con restos arqueológicos. El Complejo Granítico Sierra Norte data de hace unos 500 millones de años, y está en contacto con las Areniscas Cerro Colorado, mucho más jóvenes (100 Ma), a través de una disordancia erosiva.

Les he dejado un link a un trabajo en el que pueden ver un poco más del marco geológico, pero seguramente será tema de un post específico, por su importancia como sitio de interés tanto geológico como arqueológico y turístico.

¿Qué ocurrió exactamente?

Algo tan tonto que casi da vergüenza contarlo. Sencillamente nos encontró la noche, una noche sin luna y nublada, de modo que no veíamos ni el tenue resplandor de las estrellas, (aunque luego se abrieron las nubes, y nos regaló el cielo una noche esplendorosa) cuando estábamos apenas bajando de la cumbre, a pocos metros de ella, y cargados de materiales y muestras que no queríamos abandonar por el camino; de modo que bajamos a los tumbos, a veces sin saber dónde pisábamos, y sabiendo que un paso en falso podía despeñar (y de paso despenar) a cualquiera del equipo.

La única linterna que llevábamos había agotado sus pilas, de tal manera que de verdad no veíamos más allá de unos pocos centímetros por delante de nuestros propios pies…cuando los veíamos.

Los que conocen la zona, saben además que la vegetación en las zonas altas de los cerros graníticos es casi inexistente, y de cualquier manera, teniendo todos las manos ocupadas cargando diversos elementos, no teníamos de dónde sostenernos.

Por suerte ninguno rodó por las laderas, ni cayó al vacío, pero sí hubo quien se dislocó un tobillo por meter el pie en un pequeño hueco, y yo caí de rodillas al tropezar con unas raíces; y como además tenía las manos ocupadas, me fui de boca sobre las mismas muestras que traía, que por suerte no eran rocas sino suelos. Y ya en las partes bajas, donde la vegetación es arbustiva, nadie bajó sin arañazos y alguno que otro golpe en la cara y la cabeza, por las ramas que no alcanzábamos a ver.

¿Por qué nos pusimos en peligro de accidente y cómo debimos haber actuado en realidad?

Por la más pura imprudencia e imprevisión, además del mismo fanatismo para terminar en tiempo y forma una campaña programada. Pero todos aprendimos de la experiencia, y lo que sigue es precisamente lo aprendido.

  • Nunca alejarse del campamento o edificio base, sin contar con medios de iluminación en estado apropiado. Esto implica asegurarse de que las baterías estén cargadas, o tener pilas de repuesto, o hasta una linterna o farol alternativo.
  • Nunca estirar las tareas hasta el momento mismo es qne cae la noche. Siempre debe recordarse que luego de finalizado el trabajo, hay que recoger el material, limpiar y guardar el instrumental utilizado y revisar que todas las muestras estén debidamente empaquetadas. Todo eso consume tiempo, y debería hacerse ANTES del anochecer.
  • Si pese a todo, oscurece antes de llegar a terrenos planos y /o seguros, conviene apilar la carga en un lugar, y seguir marchando con las manos (o al menos una de ellas) libre de impedimentos, para poder amortiguar una caída, o defenderse del rebote de una rama, o de lo que fuere. Siempre es preferible perder alguna muestra y un poco de tiempo, antes que la vida, o la integridad física.
  • Un riesgo agregado es la posibilidad de perderse en la oscuridad, por la facilidad con la que se desdibujan los rasgos del paisaje cuando cae la noche. Por eso, lo que NO debe abandonarse, aunque se deje todo el resto de la carga, es la provisión de agua que todavía se tenga, el abrigo, y de tenerlas, las vituallas. Todo eso será inestimable si no se encuentra el camino y se debe pernoctar lejos de la base.

Si este post les ha gustado como para llevarlo a su blog, o a la red social, por favor, mencionen la fuente porque esta página esta registrada con IBSN 04-10-1952-01.
Un abrazo y hasta el miércoles. Graciela.
P.S.: La imagen que ilustra el post es del Capítulo «CERRO COLORADO: Cuando la pintura se apodera de la piedra», escrito por Juan Carlos Candiani, para el libro Sitios de Interés Geológico de la República Argentina. CSIGA (Ed.) Instituto de Geología y Recursos Minerales. Servicio Geológico Minero Argentino, Anales 46, I, 446 págs., Buenos Aires. 2008

Zafando entre los indios

Hace un tiempo, enumeré en un post las diez situaciones más peligrosas que viví en mis campañas geológicas, y prometí contar cada una en un post específico. Ya relaté algunas, hoy les contaré otra.

Esto ocurrió cuando acudí a aquella «emergencia geológica» que ya les conté en otro post y que vale la pena que vayan a leer.

Al día siguiente de lo que relaté en ese post (ah, ¿no fueron a leerlo? ¿acaso no les dije que lo hicieran?), fui a reconocer el lugar del fenómeno, y por supuesto, como todo geólogo que se precie, tanto el colega que llevé conmigo como yo, decidimos que no bastaba con indagar las condiciones del sitio específico, sino que valía la pena hacer un análisis más regional, para entender el contexto, y descubrir si podía repetirse el evento en áreas aledañas, en el corto plazo.

Por supuesto, recorrer las partes montañosas en auto es imposible, de modo que alquilamos caballos y comenzamos a cruzar las laderas de las montañas para establecer el estado de toda la cuenca afectada. Después de un par de horas, ya nos habíamos alejado bastante del sitio específico del proceso que analizábamos, y de pronto, sin nosotros saberlo, nos habíamos metido en un terreno que según la reacción resultante, luego dedujimos que tenía dueño (legal o ilegal, no lo sabemos). Y esta deducción se basa en que, de golpe, de la nada y sin explicación, comenzaron a sentirse escopetazos, y a silbar las balas a nuestro alrededor (como se leería en un western). Nunca vimos quién nos disparaba, y nadie nos dio una voz de alto ni de advertencia.

Tampoco pedimos aclaraciones, entre la suma de la voluntad de los caballos que se espantaron sin ayuda, y nuestro propio «cuiqui», salimos disparados de manera muy poco elegante, y nunca terminamos de reconocer el lugar…

La foto que ilustra el post es de Pinterest.

Un abrazo y hasta el próximo lunes, con un post científico. Graciela.

Una anécdota de campo

Ayer fue mi cumpleaños, y ocupé aplicadamente mi tiempo en comer torta y disfrutar la conmemoración. Como todavía tengo el ánimo muy relajado, decidí que hoy el post, pese a ser lunes, tendrá un cierto saborcito a viernes, ya que voy contarles una anécdota divertida, cosa que después de todo también forma parte de la vida profesional de los geólogos.

Esto sucedió hace muchísimos años, cuando las fotografías aéreas eran el pan de cada día en nuestras salidas de campo, ya que no usábamos todavía GPS ni nada que se le parezca para ubicarnos en el espacio.

Siempre salíamos con esas fotos, casi misteriosas para los legos, con las que nos oriéntabamos por una parte; y en las que, por otra parte, íbamos señalando los perfiles, las calicatas o las tomas de muestras que eran nuestra rutina.

Sin embargo, contábamos también con ellas como los antiguos colonizadores contaban con los espejitos de colores para ganarse la voluntad de los pobladores que les salían al paso. Efectivamente, cuando debíamos solicitar permiso para ingresar en campos claramente cercados, buscábamos la casa del puestero, y sacando esa maravillosa cartulina, le explicábamos cómo reconocer su casa o los rasgos principales del paisaje en ella, y acto seguido, obteníamos el permiso casi siempre, al amparo de la admiración provocada por esa fotografía, que con tanto detalle les permitía ver su entorno como si estuvieran volando sobre él.

En una de esas ocasiones, se acercó a nosotros el puestero, a caballo, y mi compañero sacó con gran alharaca el par fotográfico, como sacaban la víbora los antiguos vendedores ambulantes. Mientras todavía preparaba su deslumbrante discurso, pero antes de que llegara a abrir la boca, el gaucho exclamó:

-Ah, tienen las fotos aéreas. ¿En qué escala están?

Cuando pudimos cerrar la boca, que sus palabras nos habían dejado abierta como brocal de aljibe, nos enteramos de que el buen hombre había hecho el servicio militar en la Fuerza Aérea, y entre muchas otras cosas había aprendido a interpretar bastante bien las fotografías aéreas. De más está contarles lo útil que nos resultó su ayuda, ya que se apeó del caballo, y conocedor como era de la zona, nos ayudó a identificar todos los posibles sitios de interés para nuestra investigación.

Desde entonces, cuando siento que estoy a punto de subestimar el conocimiento de alguien sólo por su aspecto, o por la modesta función que ejerce, siempre me digo para mis adentros: «ojo, no te vaya a salir el puestero». Ese recordatorio me baja a mí misma de cualquier pony, en el acto. Creo que fue no sólo una anécdota divertida, sino también una valiosísima enseñanza para siempre.

Espero haberlos entretenido, y los aguardo aquí mismo el próximo miércoles con informaciones de interés general, antes de retomar los posts de ciencia de los lunes. Un abrazo. Graciela.

P.S.: La imagen que ilustra el post es de este sitio web.

Recuerdos de la docencia, por el día del maestro

Hoy vuelvo a los top ten de los momentos más risueños que pasé en el campo.

Lo que voy a contarles hoy no ocurrió una vez, sino de manera recurrente a lo largo de varios meses. Todos recordamos a algún alumno particularmente vago, y nos preguntamos muchas veces «¿Cómo llegó hasta acá?»

Y de uno de esos alumnos voy a contarles ahora. Pasados algunos años desde el momento en que padecimos a este estudiante en la cátedra, y después de que hubo rendido n veces la materia, logrando por fin el 4 que le habilitó a seguir adelante, reapareció con una novedad.

Este hoy ex alumno, al que llamaré X para no perjudicarlo, llegó a la cátedra, para informarnos que había decidido hacer su Trabajo Final en Pedología, con la dirección de los dos profes de la cátedra, es decir mi colega JS y yo.

En teoría, después del primer viaje al campo en el que le dimos la orientación necesaria, y ya con un plan de trabajo que habíamos discutido juntos, las siguientes visitas a su zona de trabajo debían ser simples controles de acompañamiento por parte nuestra, sus directores.

Pero no fue así. Cuando fuimos por segunda vez, no había casi nada completo, y lo que estaba hecho era un desastre. Consecuentemente, debimos ir numerosas veces para que al fin aprendiera algo y fuera llenando los huecos que tenía su informe.

Pero lo que marcó un hito en la Cátedra para siempre fue su respuesta constante. Toda vez que le hacíamos una pregunta, él decía: «¿En qué sentido me lo pregunta, profesor/a?»

Sin embargo, a veces las preguntas eran tan simples como:

¿Qué textura tiene este horizonte?, ¿hay erosión eólica en el sitio del perfil?, ¿qué espesor tiene el horizonte B?, y otras tantas por el estilo, a las que invariablemente respondía, como ya les conté: «¿En qué sentido me lo pregunta, profesor/a?»

Obviamente esa muletilla era su manera de reconocer que no tenía idea de lo que se le preguntaba.

Desde entonces y para siempre, cuando alguien preguntaba algo de cuya respuesta no teníamos idea, todos los miembros de la Cátedra decíamos, invariablemente, y muchas veces a coro: «¿En qué sentido me lo pregunta, profesor?»

A su modo, aquel pésimo estudiante hizo historia.

Un abrazo y hasta el lunes, con un post científico. Graciela.

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